Que diera yo a las sombras del otoño
Porque me dejen mecer el cuerpo detrás de alguna hoja.
Por caminar por esos valles eternos y húmedos
En medio del ocaso, en medio del sol sangrante, que atraviesa las formas.
Que diera yo por un segundo del infinito beso
Donde pudiera ser saliva, navegando entre tanta lengua.
Por pertenecer a esos colores sin formas, que dibujan
Figuras en lienzos extraños a la pintura.
Que diera yo, por caminar descalza una tarde de lluvia,
Mientras no hay nada más que autos y luces y la nada.
Donde estaría yo cuando alguien que no era yo,
Llegaba a pronunciar mi nombre.
Que diera yo, por un racimo de versos bien hechos,
Por la música con que recitas los jueves, los poemas de nadie.
Que sería de mí sin este montón de papeles, y azúcar, y mates…
Si pudiera decirme sombría, prefiero aún más ser extraña.
Que diera yo, por esos infinitos silencios, sostenidos por las miradas
De alguna noche ajena.
Por vestir de intruso mi alma y poblar balcones,
Donde nadie me espera a media calle.
No sé bien que daría yo, por ser el universo que no soy, el sueño
Incumplido de los dolores ajenos.
La palabra que sobra, el verbo perdido, la bien cobrada siesta
Que merezco.
Que diera yo, por ser ese sueño, a media noche, que levanta muertos
Que enceguece, que se pudre y sangra.
Que duele en la retina del recuerdo y el olvido obvio al que no pertenezco.
Que daría yo por un bostezo de sal.
Que daría yo por el medio invierno transcurrido.
El sudor de camas sin sábanas a medio hotel de 4 estrellas.
Por besarte sin abrir la boca.
Por mirarte mientras cerramos los ojos.
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