Lo que nunca hubiera dicho, es todo lo que pude haber callado. A pesar de todo, el tiempo pasa y sigue como entonces, siendo un tirano. No doy para los que tienen herramientas en las manos. Doy para lo que no dan, porque a ellos, como a mi, les cuesta soltarlo. El tiempo… como una franja amarilla en el firmamento, horizontal y despierto, con sus naranjas y amarillos. Las bocas…con sus palabras, con el incesante humo que sale, inconstante, filtrándose por los dientes, el humo…que hace figuras prolijas, en el aire y sus condensaciones… secas… pitadas, veneno que se ingiere…no menor a la dosis de veneno diario. Pilas de libros sin leer, por gente que no puede mirar, ciegos a cuerda que saben a donde pisar, pero no por donde caminan.
Las pequeñas muertes del olvido diario, por las que el alma conciente e intranquila, debe transitar. Pequeñas muertes de las que se DEBE resucitar… para sentirse uno vivo, para crecer un poco más. Lo cotidiano esta repleto de esas pequeñas muertes, cada vez más. Mientras más se insiste en vivir, los hechos nos recuerdan, que morimos cada vez más. Fantasmas… Fantasmas que dibujan las tristeza del mas allá, fantasmas que caminan conmigo sin que puedan despertar.
Fantasmas aparecidos entre las letras que escribo, un día más, un día donde no sé si escribo para ellos, o para alguien más.
Somos, castañas azules en árboles de plástico, muchas veces inmortalizados por el recuerdo en la cabeza de alguien, por las letras en algún cuaderno, por una lápida…quizás. Sentir estar vivos no alcanza, como para creer en otro sitio, al otro lado del portal. Quizás ya no se sepa de la mortalidad del espíritu que quiere volar. Quizás solo nos quede echar humo por los ojos y esperar que venga la muerte a dotarnos de inmortalidad. Castañas azules, en árboles de otoño, para rodar de nuevo como hojas, en algún puerto, en otra ciudad… Detrás de la memoria colectiva o mágica, detrás de las arenas de algún mar.
Jueves 1 de abril 2010
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